miércoles, 17 de marzo de 2010

Lo teatral y lo teatrero

"En cuanto al materialismo [...] reforzar la idea de que hoy el hombre debe no tanto satisfacer su deseo, sino precisamente interrumpirlo. Una idea que contrastaría con lo global de la comunicación; como todos hablamos un mismo lenguaje, diría el creador artístico, todos hemos llegado a desear igual y, por consiguiente, todos tendremos el mismo y fracasado modelo de posesión."

Pero hay que ser valientes y sacar los pies del cazo, para no hervir en la desidia del embotamiento y el forzado olvido, por despiste o adormecimiento creativo, de las propias reglas internas y principios que en cierto modo nos mantienen al margen del ritmo y costumbres de la sociedad de nuestra época. La 'inadaptabilidad adquirida' es un rasgo del creador valiente. Mejor hervir de vida y pasión que dejarse evaporar sumidos en deseos que no se llegarán a ejecutar vencidos por el peso de las ideas impuestas.
 
Mejor hervir con lo que uno quiere hacer y hace. Y tratar de remover pensamientos estancados, ideas prefabricadas que se repiten de boca en boca, infestando autómatas como un mosquito de dulces colores que paraliza y acomoda a gran parte de la sociedad.
 
¡Huyamos de él!
Corramos cuando se acerque disfrazado de suave pereza.
Corramos cuando amenace con sus fronteras, cuando nos haga pensar en la vida cómoda que todos desean.
Cuando escuchemos su zumbido, ya de lejos, ¡abrámos todas las ventanas!, salgamos a la calle a sentir el pulso lleno de anhelo que late debajo de todo lo amargo; a llenarnos de imágenes, de sensaciones; a sentir el aire y la tensión eléctrica; el ruido, el silencio, el calor o el frío; a espiar sentimientos ajenos, a revolcarnos en los nuestros hasta comprender cada partícula. A dejarnos llevar, conscientemente, lejos, muy lejos del sofá.
Y si alguno de nosotros no sintiera estas ganas de echar a correr y alzarse, para analizar todo a vista de pájaro y para fundirse luego de nuevo entre la masa, observar rincones olvidados desde todos los ángulos del alma, indagar en la mente, trabajar el cuerpo, el corazón, y encontrarlo tan interesante como para dedicar su vida a esa infinidad de pequeñas cosas para hacerlas grandes y mostrarlas como tales, entonces quizá debiera pensar porqué esta estudiando teatro y qué espera encontrar en él.
No podemos olvidar que lo más importante del mundo es sinceros con nosotros mismos.

Lafarola.

Entrevista a Eugenio Barba

Eugenio Barba elige el sol. El destacado investigador y director teatral italiano dialoga antes de recibir un título doctor honoris causa del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA). En Holstebro, la pequeña localidad danesa donde está radicado el grupo Odin Teatret que dirige desde 1964, abundan los días grises.

“Todo tiende a ser espectacular. Hay una necesidad de espectacularizar todas las actividades de la sociedad: la política, la religión, el deporte, los shoppings: es como si la teatralización fuera un intento de dilatar, a veces estirando y otras contrayendo, la normalidad. La necesidad de espectacularidad es ancestral. El ser humano es un animal que lleva el teatro adentro.”
–¿Por qué una persona decide ver teatro?
–Tanto los jóvenes que empiezan a hacer teatro como el público están huyendo de algo. Y el teatro del siglo XX dio muchas posibilidades a esa búsqueda. Hay un deseo de salir de la realidad en la que se vive, y hasta ahí eso es un pasatiempo. Pero el teatro no es sólo liberador de angustia, también puede despertar una resonancia interior que en la civilización de hoy es una experiencia tan rara como profunda, porque no hay muchas posibilidades de intimidad o vida espiritual. Parece una renuncia a la vida cotidiana y sin embargo es una búsqueda de algo más perfecto.
–Así como los actores se entrenan para el espectáculo teatral, ¿es posible pensar en un entrenamiento del espectador?
–Creo que sí. Se puede entrenar la capacidad de ver diferentes maneras de contar una historia. El teatro siempre es contar historias, aunque uno no se lo proponga. Basta con ver Esperando a Godot, donde parece que no hay historia y que todo es espera, y sin embargo esa espera es una historia en un sentido no clásico. Chéjov comenzó con esa manera de escribir y provocó una revolución en el teatro occidental. El espectador teatral se entrena viendo diferentes maneras de una misma cosa.
–¿Y qué son esas “mismas cosas” que comparten los diferentes estilos teatrales?
–Son los principios comunes que yo he estudiado con la antropología teatral: transformar el peso en energía, crear una modalidad de movimientos, son algunos de los ítems que están presentes tanto en la danza clásica como en el mimo, en el teatro kabuki o el estilo de representación que sea.
–¿Distintas máscaras con principios compartidos?
–Exacto. Está muy instalada en Occidente la idea de que se conoce al ser humano cuando se va desprendiendo de sus máscaras. Creo que es al revés: yo conozco al ser humano gracias a sus máscaras.
–Sin embargo, ante una buena actuación el público suele decir “¡qué natural!”, casi como negando la presencia de alguna máscara.

–Ése es el máximo elogio que puede recibir un artista, porque quiere decir que ha sabido esconder todo el artificio. La experiencia artística siempre rompe con lo natural pero tiene el aspecto de lo natural.
ÚLTIMO ACTO. “El Odin va a desaparecer cuando nosotros muramos. Ése es un acuerdo que tenemos”, anuncia escuetamente Barba. “El teatro de grupo no es una institución hecha de ladrillos, sino que es algo que está incorporado en determinados seres humanos, que juntan sus individualidades para crear algo que no les pertenece ni a unos ni a otros, que va más allá. El teatro de grupo intenta negar la naturaleza propia del teatro, que es no durar mucho. Fue Stanislavsky quien comenzó a pensar que la continuidad de un vínculo podía favorecer los procesos de trabajo y de creación. La mayoría de los integrantes del Odin somos actores grandes, de más de sesenta años y sabemos que ya estamos en el quinto acto de la farsa.”
Que el teatro siempre es extracotidiano es un mantra que Barba repite desde hace años. El creador del concepto de “antropología teatral” y discípulo directo de Grotowski ve teatralidad por donde vaya, incluso en situaciones no artísticas. “Cuando voy de viaje, apenas subo al avión, veo a las azafatas haciendo una especie de señas universales para marcar las salidas de emergencia. También en los desfiles de moda. Para mí las modelos son la mejores actrices porque ellas no exhiben sus sentimientos, ni sus dotes de interpretación, ni su valor creativo, sino que intentan hacer expresar a los vestidos. Es muy interesante escucharlas hablar acerca de cómo varían el ritmo para hacer vivir lo que llevan puesto, de qué manera giran y frenan para mostrar las cualidades de la tela. Todas son formas de teatralidad, el uso de uniformes también hace cambiar la actitud de las personas: no se comporta igual un gendarme con su casco, su escudo y sus botas, que cuando está en su casa en calzoncillos”, dice Barba ya transpirado por el calor del sol. El acto de entrega del título académico del IUNA lo está esperando. Por eso, avanza unos pasos y, ya bajo el reparo de la sombra, gira sobre sus sandalias y se despide: “Ahora me voy a poner el traje de doctorcito”.



viernes, 12 de marzo de 2010

La necesidad del teatro.

Queridos amigos: Hace tiempo hice firme promesa de rechazar toda clase de homenajes, banquetes o fiestas que se hicieran a mi modesta persona; primero, por entender que cada uno de ellos pone un ladrillo sobre nuestra tumba literaria, y segundo, porque he visto que no hay cosa más desolada que el discurso frío en nuestro honor, ni momento más triste que el aplauso organizado, aunque sea de buena fe.

Además, esto es secreto, creo que banquetes y pergaminos traen el mal fario, la mala suerte, sobre el hombre que los recibe; mal fario y mala suerte nacidos de la actitud descansada de los amigos que piensan: "Ya hemos cumplido con él".

Un banquete es una reunión de gente profesional que come con nosotros y donde están, pares o nones, las gentes que nos quieren menos en la vida.

Para los poetas y dramaturgos, en vez de homenajes yo organizaría ataques y desafíos en los cuales se nos dijera gallardamente y con verdadera saña: "¿A que no tienes valor de hacer esto?" "¿A que no eres capaz de expresar la angustia del mar en un personaje ?" "¿A que no te atreves a contar la desesperación de los soldados enemigos de la guerra?". Exigencia y lucha, con un fondo de amor severo, templan el alma del artista, que se afemina y destroza con el fácil halago. Los teatros están llenos de engañosas sirenas coronadas con rosas de invernadero, y el público está satisfecho y aplaude viendo corazones de serrín y diálogos a flor de dientes; pero el poeta dramático no debe olvidar, si quiere salvarse del olvido, los campos de rosas, mojados por el amanecer, donde sufren los labradores, y ese palomo, herido por un cazador misterioso, que agoniza entre los juncos sin que nadie escuche su gemido.

Huyendo de sirenas, felicitaciones y voces falsas, no he aceptado ningún homenaje con motivo del estreno de Yerma; pero he tenido la mayor alegría de mi corta vida de autor al enterarme de que la familia teatral madrileña pedía a la gran Margarita Xirgu, actriz de inmaculada historia artística, lumbrera del teatro español y admirable creadora del papel, con la compañía que tan brillantemente la secunda, una representación especial para verla.

Por lo que esto significa de curiosidad y atención para un esfuerzo notable de teatro. doy ahora que estamos reunidos, las más rendidas, las más verdaderas gracias a todos. Yo no hablo esta noche como autor ni como poeta, ni como estudiante sencillo del rico panorama de la vida del hombre, sino como ardiente apasionado del teatro de acción social. El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país y el barómetro que marca su grandeza o su descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad del pueblo; y un teatro destrozado. donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar y adormecer a una nación entera.

El teatro es una escuela de llanto y de risa y una tribuna libre donde los hombres pueden poner en evidencia morales viejas o equívocas y explicar con ejemplos vivos normas eternas del corazón y del sentimiento del hombre.

Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo; como el teatro que no recoge el latido social, el latido, histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu, con risa o con lágrimas, no tiene derecho a llamarse teatro, sino sala de juego o sitio para hacer esa horrible cosa que se llama "matar el tiempo". No me refiero a nadie ni quiero herir a nadie; no hablo de la realidad viva, sino del problema planteado sin solución.

Yo oigo todos los días, queridos amigos, hablar de la crisis del teatro, y siempre pienso que el mal no está delante de nuestros ojos, sino en lo más oscuro de su esencia; no es un mal de flor actual, o sea de obra, sino de profunda raíz, que es, en suma, un mal de organización. Mientras que actores y autores estén en manos de empresas absolutamente comerciales, libres y sin control literario ni estatal de ninguna especie, empresas ayunas de todo criterio y sin garantía de ninguna clase, actores, autores y el teatro entero se hundirá cada día más, sin salvación posible.
El delicioso teatro ligero de revistas, vodevil y comedia bufa, géneros de los que soy aficionado espectador, podría defenderse y aun salvarse; pero el teatro en verso, el género histórico y la llamada zarzuela hispánica sufrirán cada día más reveses, porque son géneros que exigen mucho y donde caben las innovaciones verdaderas, y no hay autoridad ni espíritu de sacrificio para imponerlas a un público al que hay que domar con altura y contradecirlo y atacarlo en muchas ocasiones. El teatro se debe imponer al público y no el público al teatro. Para eso, autores y actores deben revestirse, a costa de sangre, de gran autoridad, porque el público de teatro es como los niños en las escuelas: adora al maestro grave y austero que exige y hace justicia, y llena de crueles agujas las sillas donde se sientan los maestros tímidos y adulones, que ni enseñan ni dejan enseñar.

Al público se le puede enseñar, conste que digo público, no pueblo; se le puede enseñar, porque yo he visto patear a Debussy y a Ravel hace años, y he asistido después a las clamorosas ovaciones que un público popular hacía a las obras antes rechazadas. Estos autores fueron impuestos por un alto criterio de autoridad superior al del público corriente, como Wedekind en Alemania y Pirandello en Italia, y tantos otros.

Hay necesidad de hacer esto para bien del teatro y para gloria y jerarquía de los intérpretes. Hay que mantener actitudes dignas, en la seguridad de que serán recompensadas con creces. Lo contrario es temblar de miedo detrás de las bambalinas y matar las fantasías, la imaginación y la gracia del teatro, que es siempre, siempre, un arte, y será siempre un arte excelso, aunque haya habido una época en que se llamaba arte a todo lo que nos gustaba, para rebajar la atmósfera, para destruir la poesía y hacer de la escena un puerto de arrebatacapas.

Arte por encima de todo. Arte nobilísimo. y vosotros, queridos actores, artistas por encima de todo. Artistas de pies a cabeza, puesto que por amor y vocación habéis subido al mundo fingido y doloroso de las tablas. Artistas por ocupación y preocupación. Desde el teatro más modesto al más encumbrado se debe escribir la palabra "Arte" en salas y camerinos, porque si no vamos a tener que poner la palabra "Comercio" o alguna otra que no me atrevo a decir. Y jerarquía, disciplina y sacrificio y amor.
No quiero daros una lección, porque me encuentro en condiciones de recibirlas. Mis palabras las dicta el entusiasmo y la seguridad. No soy un iluso. He pensado mucho, y con frialdad, lo que pienso, y, como buen andaluz, poseo el secreto de la frialdad porque tengo sangre antigua. Yo sé que la verdad no la tiene el que dice "hoy, hoy, hoy" comiendo su pan junto a la lumbre, sino el que serenamente mira a lo lejos la primera luz en la alborada del campo.
Yo sé que no tiene razón el que dice: "Ahora mismo, ahora, ahora" con los ojos puestos en las pequeñas fauces de la taquilla, sino el que dice "Mañana, mañana, mañana" y siente llegar la nueva vida que se cierne sobre el mundo.

Federico García Lorca.
Conferencias. Charla sobre teatro.